Mademoiselle Why Artwork

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jueves, abril 18, 2013

PIII: Dibujar y no pensar

Una de las cosas que más me gusta de dibujar es que entro en una especie de trance, un estado psíquico de aislamiento y concentración total, que me permite dejar de pensar en todo lo que me agobia. Garabatear un papel me produce una paz interior que ni las drogas más duras. No se me ocurre otra actividad que me absorba con la misma fuerza.

A pesar de que antes era capaz de pasarme horas y horas al día dibujando sin parar, en los últimos años mi frecuencia se ha reducido hasta la nulidad. Por una parte, ya no sentía la necesidad de encerrarme en mi burbuja personal e intrasferible ignorando al resto de la humanidad. Por otra, la vida "adulta" (ja, ja) me mantenía demasiado ocupada y activa para tener el tiempo necesario para dedicarme a actividades de ocio en soledad.

Aunque cuando era pequeña quería ser ilustradora (y pintora, escritora, piloto de caza... y, en general, tener el mismo currículum que Barbie), hoy en día no me gustaría dedicarme a ello. La vida de ilustrador es muy esclava, con gente mala que te contrata para fustigarte con látigos, modificaciones y críticas constantes sobre tu trabajo. Si dibujar para otras personas gratis me resulta extremadamente agobiante, no quiero ni pensar el estrés que me provocaría hacerlo a cambio de dinero. Me gusta dibujar a modo de terapia, para mí misma, sin esperar acabar algún día firmando mis obras en alguna librería.

La verdad es que desde que murió mi madre he empezado a dibujar de nuevo. Parecerá una estupidez, pero es algo que realmente me ayuda. Hacer cosas que te permitan mantener la mente totalmente ocupada ayuda bastante para reponer fuerzas cuando has de enfrentarte al vacío que ha dejado, a asumir una nueva rutina en la que ella ya no está. Son pequeñas pausas del Universo.

Ayer, aprovechando una tarde de hastío total y aún emocionada por Delhi Belly (película india que no es lo mejor del mundo pero que os recomiendo a todos), me alié con mi lista de música de relax del Spotify y con los lápices.


En un principio intenté darle color a mano, con los Alpino de toda la vida, pero el resultado fue tan absolutamente horrendo y deprimente que irá directo al maravilloso reino del contenedor de papel de reciclaje. Amén

Al final decidí desempolvar la tableta gráfica de mi hermano y pasarme horas y horas peleándome con las nuevas tecnologías para conseguir algo medianamente decente... Sí, soy pésima coloreando, pero le pongo ilusión, alegría y mucho aburrimiento. 



Y así, de paso, actualizo el blog.

lunes, abril 01, 2013

Píldora II: pequeños instantes de viajes improvisados

Los viajes más interesantes no tienen por qué ser los más planeados. La semana pasada mi costillo me propuso una pequeña escapada por Semana Santa para salir de la rutina y aislarnos del mundo. ¿Destino? A mi elección.

Tras investigar los posibles lugares más atractivos y baratos me decidí por Dublín, ya que como buena amante de la mitología me parecía que Irlanda, cuna de la céltica, era un destino más que deseable. Él se hincharía a Guinness y yo visitaría la tierra de Cúchulainn, el pueblo de Dannan. Dicho y hecho, con una semana de antelación compré billetes, reservé hotel e investigué los puntos de interés de la ciudad. Hoy ya estamos de vuelta.

Aunque me reservo la experiencia dublinense para el próximo post (ahora mismo estoy demasiado agotada para extenderme demasiado o escribir medianamente bien), mi nueva obligación moral de comentar cuál ha sido la píldora de felicidad de la semana me obliga a contextualizarla con que he disfrutado de cuatro días en Irlanda. 

Uno de los grandes encantos de los pubs de Dublín es que a partir de las 21:00 - 21:30 suele haber música en directo. Ayer, en la víspera de nuestra vuelta, pudimos disfrutar de música irlandesa en vivo (entre otros estilos) mientras nos acurrucábamos en mullidos sofás con unas pintas en la mano. El agotamiento de cuatro días extremos, el calor del local tras un día de excursión por las heladas montañas de Wicklow y la ciudad de Kilkenny, la alegría del público y disfrutar de todo ello con una de las personas que más quiero y una deliciosa cerveza hicieron que ese instante fuera mi píldora de la semana, un momento de bienestar tan grande que atesoraré con cariño durante mucho tiempo.

Momento del cual os hablo. Foto cutre patrocinada por la cutre-cámara de mi móvil.

domingo, marzo 24, 2013

Píldoras de felicidad I


Desde hace dos o tres años cada jueves por la noche vamos al Atomic Garden, un bar en el que celebran un trivial colectivo. No recuerdo muy bien cómo comenzó esta tradición semanal, pero hoy en día es una cita imprescindible que nos garantiza varias horas de risas aseguradas. 

Dentro de esta tradición se encuentra otra, nacida de un pelirrojo que, como todos los seres con el cabello de ese color, tiene profundos, divertidos y entrañables traumas mentales: dibujar falos graciosos en las hojas de respuesta. El trivial se convirtió así en algo épico, un momento en el cual no tan sólo consumíamos cervezas a mansalva y poníamos "Samuel Eto'o" como respuesta a las preguntas que nos sonaban a chino, era un momento para dar rienda suelta a nuestra creatividad falocrática. Falos, falos everywhere

La cuestión es que el pelirrojo nos abandonó hace unos meses para hacer fortuna en Australia. Supongo que al ser venenoso como todos los seres que habitan ese jodido país (los pelirrojos son venenosos, de ahí el color) pensó que estaría más integrado socialmente, sin niños lanzándole piedras. Antes de partir nos hizo prometer que no dejaríamos que Random muriera y me enorgullezco al afirmar que no lo ha hecho. Seguimos allí, al pie del cañón, aunque mucho menos ruidosos (ya que si algo caracterizaba al pelirrojo era su sonoridad... de pequeño comió un megáfono. Es más, si guardáis silencio durante un rato y prestáis la suficiente atención, podréis escuchar sus carcajadas desde la otra punta del globo).

Así, con cada una de las obras de arte en las hojas de respuesta, él sigue un poquito con nosotros... y, por alguna extraña razón, eso me hace sentir bien.


Dibujos por Sharpnailis, mi adoradísima prima adoptiva.

jueves, marzo 21, 2013

Píldoras de felicidad

He de admitir que últimamente me cuesta mucho ser optimista, ver una luz al final del túnel y estar segura de que a pesar de los obstáculos todo va a salir bien. Es difícil ver un final feliz a lo que está pasando porque independientemente del resultado, de cómo avancen las cosas, la dura realidad es que ella no estará allí para disfrutarlo con nosotros. No será partícipe de lo que suceda a partir de ahora, ha dejado tras de si un enorme vacío.

Cuando pasó, esperaba que mis amistades me sacaran del agujero en el que inevitablemente iba a caer. Como soy un poco gilipollas, no me gusta mendigar ayuda y entiendo que una persona en mi situación puede ser un verdadero coñazo, esperaba que me soportaran por iniciativa propia. Ahora me doy cuenta de que fui realmente estúpida por mantenerme callada. La adrenalina y el shock inicial salieron de escena y caí... caí y me sentí terriblemente sola porque personas que esperaba que estarían a mi lado no lo estuvieron... aunque sí mi pareja, familiares y mis amigos peninsulares y de este último curso. Me sentí muy unida a nuevas personas y asfixiantemente aislada de otras. Lo triste es que sé que parte de la culpa de esta situación de soledad ha sido mía, por no cuidar a las amistades de "larga duración" durante los últimos años. No estoy en situación de exigir nada y tampoco me siento molesta con nadie, simplemente he tomado consciencia de muchas cosas que antes, por ingenuidad supongo, era incapaz de ver.

Aunque está siendo una etapa bastante complicada, he de admitir que estoy aprendiendo muchas cosas sobre mí misma y sobre el funcionamiento del mundo. Estoy creando una filosofía propia, lo que los "entendidos" consideran "madurar" y que el pueblo llano conoce como "darse hostia tal que te has partido el cráneo contra la acera".

Imagen ilustrativa del proceso de maduración.

El aprendizaje más importante de todo este proceso, fundamental para la extraña evolución mental que estoy sufriendo, es que no hay que depender emocionalmente de otras personas.

Al vivir en sociedad tendemos a seleccionar personas estratégicas que sirven como pilares que nos sostienen emocionalmente. Cuando una de estas columnas se derrumba nos hundimos psicológicamente, nos encontramos terriblemente perdidos, solos e indefensos. Mi primera conclusión ha sido que establecer esta clase de dependencias no es sana: las otras personas no tienen la responsabilidad de garantizar nuestro bienestar psicológico y es injusto atribuírsela. La responsabilidad sobre nuestra propia felicidad es exclusivamente nuestra, hemos de ser nosotros mismos los que nos obliguemos a seguir adelante en las épocas duras. El apoyo externo ha de ser opcional y voluntario, una simple ayuda extra y no la única fuente de la que extraigamos fuerzas para coger la vida por las pelotas. Es muy egoísta obligar a otra persona a adoptar un papel tan importante e imprescindible en nuestras vidas, dejar en sus manos el peso de recomponer un ser roto por las circunstancias. Hay que dejarse de gilipolleces infantiloides que claman a relaciones sociales idílicas formadas por superhombres inmortales con superpoderes empáticos y sin vidas propias de las que encargarse. Tenemos que andar por nuestros propios medios.

Esta conclusión me ha llevado a intentar realizar experimento tonto: buscar aquellas pequeñas cosas, chorradas varias, que por una causa u otra, me procuran instantes de felicidad y plantearme cada semana cuál ha sido el detalle que más bienestar me ha traído. Un pequeño ejercicio que vi en el blog de una chica que sigo desde hace tiempo (Tú habla que yo te escucho) que creo que me puede ayudar a ver mi día a día desde una mejor perspectiva, buscando lo bueno, lo que me hace sentir bien, y permitiéndome dejar de centrarme sólo en lo malo. Ahora sólo falta ver si tendré la constancia necesaria para seguir con el proyecto.