Una de las cosas que más me gusta de dibujar es que entro en una especie de trance, un estado psíquico de aislamiento y concentración total, que me permite dejar de pensar en todo lo que me agobia. Garabatear un papel me produce una paz interior que ni las drogas más duras. No se me ocurre otra actividad que me absorba con la misma fuerza.
A pesar de que antes era capaz de pasarme horas y horas al día dibujando sin parar, en los últimos años mi frecuencia se ha reducido hasta la nulidad. Por una parte, ya no sentía la necesidad de encerrarme en mi burbuja personal e intrasferible ignorando al resto de la humanidad. Por otra, la vida "adulta" (ja, ja) me mantenía demasiado ocupada y activa para tener el tiempo necesario para dedicarme a actividades de ocio en soledad.
Aunque cuando era pequeña quería ser ilustradora (y pintora, escritora, piloto de caza... y, en general, tener el mismo currículum que Barbie), hoy en día no me gustaría dedicarme a ello. La vida de ilustrador es muy esclava, con gente mala que te contrata para fustigarte con látigos, modificaciones y críticas constantes sobre tu trabajo. Si dibujar para otras personas gratis me resulta extremadamente agobiante, no quiero ni pensar el estrés que me provocaría hacerlo a cambio de dinero. Me gusta dibujar a modo de terapia, para mí misma, sin esperar acabar algún día firmando mis obras en alguna librería.
La verdad es que desde que murió mi madre he empezado a dibujar de nuevo. Parecerá una estupidez, pero es algo que realmente me ayuda. Hacer cosas que te permitan mantener la mente totalmente ocupada ayuda bastante para reponer fuerzas cuando has de enfrentarte al vacío que ha dejado, a asumir una nueva rutina en la que ella ya no está. Son pequeñas pausas del Universo.
Ayer, aprovechando una tarde de hastío total y aún emocionada por Delhi Belly (película india que no es lo mejor del mundo pero que os recomiendo a todos), me alié con mi lista de música de relax del Spotify y con los lápices.
En un principio intenté darle color a mano, con los Alpino de toda la vida, pero el resultado fue tan absolutamente horrendo y deprimente que irá directo al maravilloso reino del contenedor de papel de reciclaje. Amén.
Al final decidí desempolvar la tableta gráfica de mi hermano y pasarme horas y horas peleándome con las nuevas tecnologías para conseguir algo medianamente decente... Sí, soy pésima coloreando, pero le pongo ilusión, alegría y mucho aburrimiento.
Y así, de paso, actualizo el blog.