Cómo iba a pensar ayer, mientras me ponía mi falda favorita para ir a la universidad, que Dios castigaría la osadía de enseñar mis rodillas al mundo (corrompiendo inocentes mentes masculinas) enviando una tormenta huracanada a mi pobre isla. ¿Será un castigo por invocar la lujuria o por el horror y traumas psicológicos causados por mis pantorrillas?
Ayer unos fuertes vientos de 109 kilómetros por hora azotaron la isla de Mallorca cómo nunca había llegado a ver. Mientras cincuenta coches se veían involucrados en un accidente en cadena, árboles caían sobre vehículos, carteles publicitarios se doblaban como papel de fumar, una M de McDonalls caía sobre un coche y el edificio de Emaya se deshacía como si estuviera hecho de arena, yo observaba preocupada el recorrido que debía hacer desde edificio de informática a mi edificio (cruzar una carretera amplia) e intentaba predecir hasta que altura se levantaría mi falda enseñando al mundo mis intimidades. ¿Seguiría llevando falda al cruzar la calle? ¿Me arrastraría el viento? ¿Me ahogaría en un charco?
Cabe decir que mientras me formulaba estas preguntas no era conciente de la real magnitud de la tormenta (no soy tan gilipollas). No sabía que en la calle que hay detrás de mi casa caerían siete árboles bien altos y gruesos sobre ocho coches desvalidos arrancándo grandes trozos de acera; no sabía de inundaciones, accidentes y cortes eléctricos. La verdad es que en la universidad, comparando con el resto de Palma, la tormenta fue una dulce llovizna otoñal.
Después de acabar las clases y disfrutar de hora y media de atasco pude ver en realidad el alcance de la tormenta. Nunca había visto nada así.
Pd.: Menos mal que el metro estaba cerrado, sino la gente tendría que haber salido buceando.
Ayer unos fuertes vientos de 109 kilómetros por hora azotaron la isla de Mallorca cómo nunca había llegado a ver. Mientras cincuenta coches se veían involucrados en un accidente en cadena, árboles caían sobre vehículos, carteles publicitarios se doblaban como papel de fumar, una M de McDonalls caía sobre un coche y el edificio de Emaya se deshacía como si estuviera hecho de arena, yo observaba preocupada el recorrido que debía hacer desde edificio de informática a mi edificio (cruzar una carretera amplia) e intentaba predecir hasta que altura se levantaría mi falda enseñando al mundo mis intimidades. ¿Seguiría llevando falda al cruzar la calle? ¿Me arrastraría el viento? ¿Me ahogaría en un charco?
Cabe decir que mientras me formulaba estas preguntas no era conciente de la real magnitud de la tormenta (no soy tan gilipollas). No sabía que en la calle que hay detrás de mi casa caerían siete árboles bien altos y gruesos sobre ocho coches desvalidos arrancándo grandes trozos de acera; no sabía de inundaciones, accidentes y cortes eléctricos. La verdad es que en la universidad, comparando con el resto de Palma, la tormenta fue una dulce llovizna otoñal.
Después de acabar las clases y disfrutar de hora y media de atasco pude ver en realidad el alcance de la tormenta. Nunca había visto nada así.
Pd.: Menos mal que el metro estaba cerrado, sino la gente tendría que haber salido buceando.
1 comentario:
te iba a preguntar a ver como estaba el metro :P
Es culpa de tu falda, eso seguro... y por eso hoy seguro que estas resfriada :P
Publicar un comentario