Hace ya dos semanas que trabajo y aún no he comentado nada de mi nuevo oficio veraniego.
Como muchos sabréis trabajo en Correos y Telégrafos en ventanilla, he estado una semana en recepción de paquetes (dónde lleva la gente cartas y paquetes para que les cobre una barbaridad para llevarlos a su destino) y otra semana en entrega de paquetes y certificados.
Podría pasarme horas comentando anéctotas, cómo son mis jefes y la depresión que causa hacer cada día una caja de tres veces tu sueldo. Podría hablar sobre el rojo botoncillo antiatracos que hay debajo del mostrador que tanto me tienta... ¿Serán tan veloces los policías cómo en las películas?
Sin embargo hoy me voy a centrar en lo más divertido que tiene trabajar en ventanilla: la atención al cliente.
¡Ah...! Los clientes, esos extraños seres que provocan la perplejidad de cualquier empleado del mundo. Esas personas que podrían bien pertenecer a la familia de los panecillos de manteca de cacahuete* de tan desastrosos que pueden llegar a ser.
Dicen que los funcionarios no son eficientes, que son unos vagos y que sus trabajos son simples y fáciles. ¡Cuan equivocados están! La gran mayoría de veces el error no se debe a la incompetencia del trabajador, sino a la estupidez del cliente... y la parte sobrante de algún inepto subnormal cuyos errores después debes solucionar tú por ser la nueva y la pringada.
Esos panecillos de manteca se quejan y piden la hoja de reclamaciones por tener que esperar su turno; porque los paquetes no llegan a su sitio por haber puesto la dirección mal; porque no puedes buscarle una carta que envió a Rusia por la dirección que le puso; porque no le puedes dar un envío si no lleva el DNI o no tiene la autorización del destinatario; porque han tardado tres meses en ir a buscar una carta que se debe devolver tras quince días en el almacen y, además, te miran con desprecio cuando han de pagar un reembolso o vienen a pagar una factura. ¡Cómo si fueses tú quién hubiera pedido la ropa a Venca o gastado su electricidad!
Y tú, como buen trabajador, no puedes mandarles a la mierda por sus comentarios groseros o sus borderías innecesarias, debes sonreír con diplomacia y ser "sencillamente encantadora". ¿Cómo superar la tensión interior que provoca tener que soportar a algún capullo integral? Es más, ¿cómo no reírte en su cara en según que ocasiones?
Preguntas cuya respuesta encontraré algún día.
Como muchos sabréis trabajo en Correos y Telégrafos en ventanilla, he estado una semana en recepción de paquetes (dónde lleva la gente cartas y paquetes para que les cobre una barbaridad para llevarlos a su destino) y otra semana en entrega de paquetes y certificados.
Podría pasarme horas comentando anéctotas, cómo son mis jefes y la depresión que causa hacer cada día una caja de tres veces tu sueldo. Podría hablar sobre el rojo botoncillo antiatracos que hay debajo del mostrador que tanto me tienta... ¿Serán tan veloces los policías cómo en las películas?
Sin embargo hoy me voy a centrar en lo más divertido que tiene trabajar en ventanilla: la atención al cliente.
¡Ah...! Los clientes, esos extraños seres que provocan la perplejidad de cualquier empleado del mundo. Esas personas que podrían bien pertenecer a la familia de los panecillos de manteca de cacahuete* de tan desastrosos que pueden llegar a ser.
Dicen que los funcionarios no son eficientes, que son unos vagos y que sus trabajos son simples y fáciles. ¡Cuan equivocados están! La gran mayoría de veces el error no se debe a la incompetencia del trabajador, sino a la estupidez del cliente... y la parte sobrante de algún inepto subnormal cuyos errores después debes solucionar tú por ser la nueva y la pringada.
Esos panecillos de manteca se quejan y piden la hoja de reclamaciones por tener que esperar su turno; porque los paquetes no llegan a su sitio por haber puesto la dirección mal; porque no puedes buscarle una carta que envió a Rusia por la dirección que le puso; porque no le puedes dar un envío si no lleva el DNI o no tiene la autorización del destinatario; porque han tardado tres meses en ir a buscar una carta que se debe devolver tras quince días en el almacen y, además, te miran con desprecio cuando han de pagar un reembolso o vienen a pagar una factura. ¡Cómo si fueses tú quién hubiera pedido la ropa a Venca o gastado su electricidad!
Y tú, como buen trabajador, no puedes mandarles a la mierda por sus comentarios groseros o sus borderías innecesarias, debes sonreír con diplomacia y ser "sencillamente encantadora". ¿Cómo superar la tensión interior que provoca tener que soportar a algún capullo integral? Es más, ¿cómo no reírte en su cara en según que ocasiones?
Preguntas cuya respuesta encontraré algún día.
1 comentario:
Ten cuidado porque como te toque a reparto verás!! A mi me ha tardado 3 meses en llegar una carta a Jordania, a la Embajada, y sospecho que es porque me la trajo el cartero andando... así que ya sabes, vete con calzado cómodo por si un día tienes que salir, je je
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